Hola, papá. Cómo estás? Yo más o menos bien. Sabía que hoy era otro día especial en nuestras vidas, pero he tenido que volver a mi álbum de fotos para refrescar esa memoria que me funciona casi a la perfección.

Hace justo cuatro años estábamos camino de la estación del tren para vivir juntos mi penúltima final en los premios 20 blogs, esa que me hubiera gustado ganar para que me vieras subir al escenario, pero que al final compartimos juntos desde el patio de butacas. Sin intuirlo, el mejor trofeo de la noche fue tenerte a mi lado, ya que fue nuestro último viaje juntos.
Ay qué emoción, peque. Qué guapos estamos los dos. Cuando he visto la foto me he dado cuenta de lo bonito que es una sonrisa cuando te sale de dentro. Y si hay algo que se parezca más a la felicidad, debe de ser esta imagen.
Amaneció un día perfecto, como el de hoy. Dicen que alcanzaremos los 27 grados y nosotros lo hicimos inolvidable, como casi todo lo que hacíamos juntos.
Ese vestido rojo tan bonito, ese delicioso almuerzo, aquel copazo en la Plaza Mayor por lo que pudiera pasar, la risa nerviosa, llegada a nuestro hotel… Qué hermosa locura, qué bonito día para recordar. Y la primera vez que vimos a Jorge Blass. Demasiadas emociones en 24 horas. Igual que ahora, que lo más apasionante que me sucede al día es cruzar un semaforo en rojo y que alguno con el coche me dé una pitada por imprudente.
Igualito, pero hoy, a mi manera y dentro de mis posibilidades, volveré a brindar por ese maravilloso día lleno de magia donde tuve el orgullo, enorme e infinito, de llevarte cogido de mi brazo mientras que mamá, que no era muy amiga de eventos, estaría en casa esperando una llamada.
Por cierto, algunas noches cuando estoy sentada en cualquier banco o espacio donde poner mis posaderas, veo pasar a uno de esos muchos conocidos o amigos y se quedaban de tertulia cuando estábamos sentados en la terraza del antiguo Cava. Siempre me saluda muy atentamente, aunque en su mirada también se ve un aire de tristeza o de nostalgia, porque seguro que te echa de menos. Charlamos un minuto, baja la cabeza y con semblante serio sigue el camino a su casa, mientras yo hago tiempo para llegar lo más tarde posible mientras fumo un cigarrillo y pienso: otro día perdido. Como la vida tiene tantos y no pasan rápido. Entonces, con resignación, llego a la puerta, me siento un rato en ese banco que teníamos tú y yo a medias y cuando las calles empiezan a estar vacías e incluso hace frío, cojo la llave y subo a ‘disfrutar’ de la maldita soledad y a pedirle a la luna que os diga lo mucho que os echo de menos.
Bueno, pituco. Te dejo por hoy. Tengo mucha hambre y poco que llevar a la boca, pero tú tranquilo que algo me inventaré para celebrar este día. Cuídate mucho y cuida de mi princesa. Os quiero ❤️