¡Hola, papá! ¿Cómo estás? Yo bien. En casa. Hoy es tarde de motos. Sí. Ya sé que no te gustan demasiado. Ni tan siquiera te voy a contar como van. Tranquilo.
He rescatado una foto de esas que te encantaba hacer. Es una anciana sentada en las escaleras de la Catedral de Santiago de Compostela.
Todavía recuerdo el momento perfectamente. Íbamos los dos paseando por la ciudad y la viste.
En tu imaginación infinita pensaste que era una bruja. ¡Nunca dejabas de sorprenderme! Nunca.
Ni tan siquiera supimos el oficio de la mujer, pero tú decías: “Haberlas, hailas”. Y yo me reía.
Ibas con tu cámara y no paraste hasta volver a encontrarte con ella. Qué inquietudes, peque.
Cosas del destino, o de la casualidad, después de verla antes de comer, volvió a aparecer. Raudo, corriste hacia ella. Y en un momento en que estaba un poco despistada, te acercaste para inmortilizar su rostro.
Siempre me quedó la duda de si era bruja o no. Supongo que era una persona normal, que tú, en tu cabeza, fabulaste.
Fue un viaje inolvidable. Cargado de maravillosos recuerdos y de imágenes imborrables. Me cuesta encontrarlas y más volver a mirarlas. Pero cuando las encuentro, es una sensación tan extraña y tan hermosa.
Aún recuerdo cada instante de aquella ‘excursión’, que coincidió con la Semana Santa.
Aquel Viernes de Dolores con los cofrades de corriendo por las calles porque llovía. Y tú y yo refugiados debajo de un soportal. Con nuestro paraguas observando el panorama.
Y esas comidas. ¡Qué ricas! Se me hace la boca agua de pensar en ellas. Qué bonitos recuerdos, peque. Solo puedo decirte una y otra vez que gracias por dejarme compartirlas contigo. Que las llevo en mi cabeza y en mi corazón.
Bueno pituco. Te dejo por hoy. ¡Cuídate mucho y cuida de mi princesa! ¡Os quiero! ❤️