¡Hola, papá! ¿Cómo estás? Aquí, en mi habitación, sólo irrumpe la tranquilidad la contundente voz de Anastasia, la señora que atiende a Paz y Perfecto, obligando a ella a que coma. ¡Traga, traga! Es la única frase que se oye en esta tranquila mañana de septiembre.
Hace justo tres años mi felicidad se desbordaba de nuevo porque volvías a casa después de 40 días en el hospital. En mi muro de Facebook colgué un cartel en el que se leía: “Home, sweet home”.
Regresabas a tu hogar, a que te mimara, a nuestra rutina diaria. Para nosotros la mejor del mundo. Nada más que te despertabas, ya estabas pidiendo tu Cola Cao con bizcochos.
Llenabas tu cara de berretes y tu barba ya cana se teñía de marrón cuando no tenías a mano la servilleta.
Ya sé que últimamente estoy más nostálgica de lo habitual, pero supongo que es algo normal en este proceso de aprender a vivir juntos, pero de otra manera.
Es complicado no sentir tu presencia, no oír tu voz, no poderte dar un beso de buenas noches y todos los que te daba a lo largo del día. Muy complicado.
Los voy guardando en una cajita de mi corazón para el día que nos reencontremos en la séptima farola de la eternidad (espero que no te hayas olvidado de la dirección).
Una lágrima sale de mis ojos y recorre mi mejilla hasta que me roza los labios. El tiempo ayuda a sobrellevar esta pérdida, pero sólo eso. El termómetro marca 29 grados, una puerta se cierra de repente y por mi cabeza brotan mil imágenes.
El final del verano es sin duda el final de un ciclo de mi existencia. Ahora empieza otro, espero que dulce, muy dulce. Siempre a mi lado, mi vida. Cuídate mucho. ¡Te quiero, papá! ❤️