¡Hola, papá! ¿Cómo estás? Aquí sobreviviendo a otra ola de calor o lo que sea esto, pero nos tiene asfixiados a todos. Las piernas pesan, la mente se bloquea y lo único que apetece es beber agua helada.
Y hablando de agua, creo que ya te conté que estuve en un lugar muy especial para ti y para mí: la Fuente de Cacho.
Cuántas veces no la cantaríamos en el coso de Cuatro Caminos, en Santander, agarrados de la mano y con una sonrisa de oreja a oreja.
Es una de esas canciones pegadizas, que puedes repetir hasta la saciedad por su maravillosa letra y esa musiquilla que tanto engatusa los corazones.
Santander, la playa del Sardinero, sus parrochas en el chiringuito… Muchos años allí que han dejado huella.
Una huella hermosa, imborrable, eterna, infinita y que quedó marcada a fuego en mi cabeza y en mi corazón.
El norte, el mar, la luz mágica de los fuegos artificiales en las fiestas de Santiago… La pandilla de amigos, las cenas con vistas al mar, las tardes de casetas, las mañanas de saltar olas y terminar llenos de arena y sal.
‘El Cañío’, con el pescado recién traído de la lonja, la heladería italiana, donde te ponías ‘berretoso’ de crema de chocolate que rechupeteabas con sumo placer. Y hasta el bingo Benidorm, también cerrado, donde solíamos tomar la última copichuela antes de ir a dormir.
Qué maravilla de recuerdos. Siempre. Aunque no se puede borrar ninguna etapa de la vida, si hacer un esfuerzo por quedarse únicamente con lo bueno.
Espero que me entiendas. Los momentos duros están ahí, lógicamente, pero guardados en el disco duro del cerebro. Quizá un día un ‘troyano’ entre y los borre para siempre. O quizás haya que hacer un reseteo, aunque ya estoy en ello.
Bueno, mi vida. Te dejo que pases bien lo que queda de sábado. ¿Has visto que ya anochece a las 9? Cuídate mucho, mi amor. ¡Te quiero, papá! ❤️