¡Hola, papá! ¿Cómo estás? Aquí bien. En Salamanca sigue el calor y las calles están vacías. Es un verano de temperaturas al límite, mientras la capa de hielo se deshace.
Tus queridos pingüinos se quedan sin casa, pero en la nuestra les hacemos un hueco.
Aún recuerdo como si fuera ayer la primera vez que los saludaste. Fue una mañana de abril en el zoo de La Magdalena (qué maravilla siempre Cantabria).
Te pensabas que eran enormes. Y para tu sorpresa eran pequeños y muy torpes, pero simpáticos como pocos animales. Creo que tuvistéis un flechazo. Desconozco si recíproco, pero tu corazón quedó cautivado para siempre.
Qué divertidas aquellas vacaciones en el hotel Sardinero, cuando íbamos a un pub por la noche donde tostaban los frutos secos en el acto y te ponían fruta recién cortada de aperitivo a los copazos.
Quizás fue en uno de esos momentos de embriaguez cuando al levantarme de la mesa, enganché mi pie con la pata y me fui de bruces contra una silla.
Aún siento el dolor en la barbilla, mientras el camarero apenas podía contener la carcajada ante este alarde de torpeza infinita.
Ni el camarero ni vosotros, que no parabáis de reír en lo que yo intentaba sin demasiado éxito levantar mi dolorido cuerpo.
Lo que no nos pase a nosotros. Somos una familia típica y tópica 😂😆.
Bueno, mi amor, te dejo, que hoy ando tarde y me apetece un cóctel rico rico para empapar mis labios. Cuídate mucho y cuida de tus pingüinos, que tenías mucho en común con ellos, menos en lo de torpe.
Te mando un beso desde un lugar que te encanta. ¡Te quiero, papá! ❤️ Hasta la luna y más allá.